Ven a mi casa

Un espejo roto frente a la ciudad 

ABRIR LA PUERTA 

Ven a mi casa convocó a nueve artistas locales, para reflexionar sobre la ciudad comprendida como el hogar en escala macro, la casa extendida. La urbe segmentada entre los lugares y los no lugares, barrios estigmatizados, ya no campamento ni puerto salitrero, sino un tejido diverso, ruidoso y con cambios acelerados, de los cuales todos quienes vivimos aquí, somos parte. Subordinada a la industria y sus recursos, gustos, conceptos de belleza y bienestar, la “Dubái de Latinoamérica” es orgullosa y acomplejada, incómoda consigo misma y soberbia a la vez.

Pero Antofagasta es también el espacio doméstico, íntimo, privado, espacio de la memoria y de los pequeños rituales diarios, de la cocina, del patio, del baño. ¿Habrá algún sello particular en la zona íntima aquí? ¿Algo autóctono?… Casas humildes, departamentos, mediaguas, casas tradicionales de clase media, casas grandes, campamentos, condominios. La Bonilla, Coviefi, Centro, Jardines de Sur, La Chimba, Playa Blanca, El Golf, Parque Inglés, La Favorecedora, La Miramar… Las casas construyen calles, tramas, barrios.

La invitación consistía en reconocer y repensar de manera compartida la ciudad, como cuando uno abre sus puertas, para decir: “Ven a mi casa – urbe que habito, con afecto”. En hacerlo hay siempre un gesto de confianza, claramente no a todos los invitamos adentro. Porque allí, en el interior, están a la vista nuestras debilidades, los sueños incumplidos, vicios y malas costumbres; la falta de aseo y la precariedad de soluciones momentáneas, que quedan para siempre. Todas las obras de Ven a mi casa hablan desde la incomodidad, precariedad o soledad, desde diversas llegadas y anclajes.

REVUELTOS, PERO NO DILUIDOS

El proceso de conceptualización y materialización de las piezas contó con instancias colectivas claves, donde el intercambio de experiencias y convicciones, desde lo vivencial y cotidiano, relacionado con la urbe, hacia lo artístico y formal, relacionado con los lenguajes y los soportes, influyeron de manera significativa en la conjugación de la exposición y su museografía. Uno de los objetivos primordiales de este ejercicio fue generar espacios para el debate de una escena local emergente, con cuestionamientos inherentes a estas instancias, proponiendo plataformas concretas de colaboración, acercamiento e intercambio de conocimientos, que surgieron durante la producción.

EL ANTEJARDÍN

Tres de las nueve propuestas enfatizan en la contaminación, y ya no es un llamado, sino un grito de atención, que históricamente fue ignorado o silenciado. Lo sucio, en su diversidad semiótica, atraviesa el agua, el aire y la roca, la piel, la calamina y el papel mural, todo se convierte impuro por dentro y por fuera, lo privado, lo público y lo íntimo. Estamos contaminados, formamos parte impregnada en este paisaje. Este es el último momento en el cual puedes, sin consecuencias, arrepentirte de haberte acercado, y no seguir. Puedes cerrar la puerta por fuera, o entrar.

LO QUE CALLAMOS Y/O LO QUE NOS HACE CALLAR

Gabriel Navia despliega desde la altura de cinco metros un rollo de imagen continua, ofreciendo al espectador un papel mural cien por ciento local, con fotografía del basural de Antofagasta, repetida como un diseño pensado para grandes superficies. En Tapete, entre el llamativo colorido de acumulación sin forma, solo un ojo muy agudo encuentra a una persona. Una mancha, un cuerpo que, desde las alturas de la macroeconomía neoliberal, no es más, que todo lo que lo rodea.

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Desde el fondo del mar urbano, explotado hasta la muerte, Francisco Vergara realiza una acción performática, Maritorio, consistente en pavimentar la arena, colocando adoquines de cemento a la profundidad de unos dos metros y a pocos pasos hacia el interior desde el borde costero. El video, registro de esta acción y proyectado al nivel del piso, sugiere ser un orificio en el parquet de la sala, por el cual podríamos sumergirnos, junto con Vergara, en las aguas posindustriales.

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Polvo al polvo, un rincón que podría ser una escenografía de una película de terror del cine clásico, instaló al fondo de la sala Antonieta Clunes. El tiempo impregnado en las capas del papel mural, de la mugre acumulada lentamente, una mezcla de ceniza, sudor, humo, respiración, sueños derrotados y quien sabe que más. Podría ser también un fragmento de una casa burguesa que quedó después de un bombardeo, de una catástrofe, o simplemente de un abandono. De alguien que nunca quiso hacerse cargo, o ser parte de, aprovechó el momento y se fue, como un dueño de una salitrera, por ejemplo. Lo que queda, es lo que se logró impregnar en el muro, dejando huellas de lo ausente, lo frágil y destructible.

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Siguiendo la pista del derrumbe, nos encontramos con Jornada completa, collage de Pamela Canales, obra de papelillos de pasta base, hechos de hojas de cuadernos y guías de colegio. La composición casi acromática, acumulación blanca de pequeños recortes, nos obliga a acercarnos, y es allí donde aparecen los restos del contenido final, las manchas y las huellas de la droga. Mirando los envoltorios de la substancia, que masacra a los jóvenes desaventajados en Chile, nos damos cuenta de cuál puede ser el uso final de varias fotocopias de los ejercicios para la PSU. Y sospechamos cual será la final prueba, la que la mayoría de ellos, no pasará.

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Otro grupo de invisibles en la sociedad, pero no por elección propia, son los que invitó Sebastián Rojas a realizar un taller de autorretrato. “La discapacidad en términos visuales no está en quienes padecen un tipo de anomalía física o mental, más bien se encuentra en la ideología neoliberal, (…) construyendo un imaginario visible para algunos y marginando a quienes miran distinto, por esta razón la discapacidad no implica personas discapacitadas, sino a una sociedad discapacitante.”[1]

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Con Altura de mira el fotógrafo instala un muro, en el cual, a través de una serie de pequeños orificios, que construyen un sutil y lumínico mapa de Antofagasta, incrustra fotografías. Para poder verlas, debemos estirarnos o agachar, para en un contacto íntimo con cada imagen poder descubrir y desestigmatizar al otro, que nos mira escondido detrás de una pared – construida por esta sociedad – que nos separa.

Hay varias incisiones que dividen, quiebran y fraccionan Antofagasta. De las físicas, la que históricamente han marcado a la urbe y su desarrollo, es el corte horizontal generado por la línea de tren. Los sectores de “arriba” y de “abajo” impulsaron diferentes maneras en la vida vecinal y del barrio. Julio Morales, con Ven a mi casa vivo al frente de la cachimba del agua, obra inspirada en un diorama museográfico, verticaliza la geografía, asemejándola a un dibujo sin perspectiva, donde las capas se sobreponen, una encima de la otra, subiendo por los cerros. Las casas, abajo, son de cobre, y los cerros de calamina, dos metales que se inscriben en la lógica de la dualidad entre la firmeza y la precariedad.

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Vestigio de la microeconomía de un inmigrante expone Claudia León. Un minucioso control de flujo de caja personal se convierte en una herramienta de resistencia. Transacciones es a la vez un ejercicio de orden, autocontrol, un objeto caligráfico y minimalista. “Soy de un país donde el peso del dinero es cuatro veces menor al peso del dinero chileno. Sumado a esto, no solo decidí estudiar y vivir por un tiempo en este país -uno de los más costosos de este continente- sino que además escogí la ciudad más cara de Chile: Antofagasta, ciudad minera, la Dubái de Latinoamérica.

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Para cuidar el dinero que traía ahorrado, y comenzar a entender cuánto me costaría vivir en esta ciudad, decidí realizar el ejercicio de anotar en una libreta cada gasto que realizaba. En un primer momento fue un método de control, después se convirtió en un ejercicio de memoria, en pequeño lugar en el que no solo se reflejan los intercambios de dinero que hago sino mis necesidades básicas, mis gustos, mis relaciones, mi vida, mi(s) casa(s).”[2]

En un acto performático Patricia Díaz diagnostica y presta cuidados de primeros auxilios a las plantas. Hospital vegetal es una utópica propuesta que nos hace reflexionar sobre los límites de nuestro real compromiso y empatía con estos seres vivos – ¿es la flora capaz de generar nuestros sentimientos, como lo provocan las mascotas? ¿o nuestra relación con el mundo vegetal es más cercana a lo objetual? Díaz alude a la vez al futuro incierto de los espacios verdes en la ciudad y su progresiva degradación o pavimentación durante los últimos años. El pabellón de emergencia es precario y no todos los necesitados caben adentro, ocupando espacios aledaños, asemejándose a las condiciones de la salud pública en Chile.

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Terminamos el recorrido con la obra más hermética y lúdica, o freak, a la vez. En su espacio doméstico – Livin´– Jordan Plaza tiene citas con diferentes personajes ficticios, productos fusionados entre su fantasía, televisión e internet. El acto de observarlos convierte al autor/personaje en un viajero introspectivo, que en realidad comparte con nosotros un momento pasajero, de aquellos cuando el cerebro deja de obedecer a la rigurosidad del pensamiento impuesto por la lógica y la necesidad, y se arranca para cualquier lado, haciendo un intro zapping. En estos lapsos terminamos de perseguir la coherencia y nos permitimos observar el caleidoscopio de nuestro imaginario. Nos negamos a nombrar y explicar, que es lo que se nos proyecta, porque sabemos que, al tratar de hacerlo, lo arruinaríamos todo.

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[1] Sebastián Rojas, Altura de mira, descripción del proyecto, 2017.

[2] Claudia León, Transacciones, descripción del proyecto, 2017.

Centro Cultural Estación Antofagasta, sala Principal.