Nadie sabe qué es el arte

por Enrique Rivera

 

Jonas Mekas (1922-2019), el poeta y cineasta lituano defensor de las artes audiovisuales experimentales, planteaba: “Nadie sabe qué es el arte, dónde empieza y termina el arte, aunque podemos hablar de la historia del cine y ver una y otra vez los clásicos. No puedo hablar de arte, no sé nada del arte… Yo solo he tratado de captar con mi cámara el presente, la realidad que me rodea y eso no tiene nada que ver con arte, absolutamente nada que ver con arte… La belleza es otro tema complicado: ¿qué es la belleza? Estar en compañía de amigos y pasar una buena tarde es bello” (1). 

 

La contingencia redefine la noción de presente, pasado y futuro. ¿Cómo comprender la temporalidad cuando la construcción de sentidos colectivos de la cotidianeidad se ha fracturado irremediablemente? El tiempo dislocado transforma nuestra cotidianeidad. Así encontramos en los lenguajes audiovisuales experimentales, considerados marginales para la industria del cine rendido al entretenimiento, narrativas que se acercan al enrarecimiento perceptual condicionado por la explosicón social del 2019, y la actual pandemia. Al parecer, fijar la realidad se ha convertido en una tarea imposible. Lo no formal se convierte en convencional y los márgenes se dan vuelta, relevando el incómodo revés de la trama, solapado, resentido y desplazado. 

 

 

 

Mekas planteaba no conocer el arte; hoy podríamos decir que ya no importa saberlo, ya que ni siquiera la realidad es relevante. La saturación producida por la desigualdad y la injusticia ha provocado que la reivindicación se mezcle con la rabia, estallando como una bomba de racimo, hiriendo los mismos cuerpos que forzaron la degradación sistemática de los explotados. El arte y la experiencia presencial se convierten en antídotos para enfrentar los desenfocados maximalismos nutridos por la saturación de información, donde nuestros sistemas nerviosos son atacados por brujerías de la persuasión, hipnotizantes, paralizantes, que intentan convertirnos en zombies de la realidad. 

 

Enfrentar sin miedo la vulnerabilidad de nuestros cuerpos en la intemperie, fortalece un lugar en el contexto. Nuestros sistemas inmunes debilitados por el confinamiento vuelven a activarse fortaleciendo la resiliencia, afinando la intuición y la capacidad de discernimiento frente al aluvión de datos que afectan nuestro subconsciente, consciente e inconsciente. ¿Ver las redes sociales como primer gesto al despertar afecta la relación con nuestros sueños? ¿No se convierte cada “me gusta” en una descarga de endorfinas que reemplaza una buena conversación, un beso o una buena discusión? El acontecimiento entonces, la fisura producida en la topografía compuesta por nuestra membrana social, se convierte en un fenómeno imposible de retratar por cualquier rama del conocimiento que intente su encapsulamiento. El proceso de transición entre paradigmas se ha constituido como un ciclo profundo y de largo plazo, confirmando que la incertidumbre sobre la condición del arte, su lugar, posible función, servicio o utilidad, carecen de sentido. Solo la suspensión voluntaria de toda lógica nos permite situarnos desde una zona autónoma temporal (2), o dicho de otra manera, desde una ontología social del anarquismo, de la lógica de la hospitalidad, nutrida por una tranquila tarde con los amigos y una buena conversación que aniquile la desconfianza.

 

Notas:

(1) En defensa de la perversión es un texto que permaneció inédito hasta la publicación de la selección de textos de la editorial Spector. Esta versión está tomada de: Cuaderno de los sesenta. Escritos 1958-2010, Ed. Caja Negra. Buenos Aires, 2017.

(2) Hakim Bey, autor del Temporary Autonomous Zone, relata la posibilidad de constituir zonas que subsisten en el margen de las reglas establecidas por el contrato social convencional.