Artes visuales con sentido territorial e histórico

En Chile, que un evento dedicado al arte contemporáneo logre congregar a un público masivo resulta muy improbable. Tradicionalmente regidas por los mandatos de la televisión abierta, las grandes masas no conocen y por tanto, tienen pocas alternativas de acceso a apreciar las formas que han desarrollado las artes de la visualidad en las últimas décadas. Los escasos minutos que la televisión destina a informar sobre noticias o eventos culturales, en general apuntan exclusivamente al mundo de la música popular o el cine venido de Norteamérica, en algunos casos propuestas de relevancia creativa y discursiva pero la mayoría de las veces, películas de extrema acción, autoconscientes de su carácter desechable, de mera entretención, distantes del arte, inmersas en la industria. Las películas chilenas, cada vez más valoradas en los festivales internacionales, no permanecen más de dos semanas en la cartelera metropolitana ni menos regional; las películas de autor no figuran en las grandes cadenas de salas de cine. Hace poco, cruzó a nuestro país desde Argentina – donde inauguró una gran exposición – el artista chino (disidente) Ai Wuei Wuei, conocido por su activismo político expresado en medios como las instalaciones y los actos performaticos, probablemente hoy en día el artista más “famoso” del mundo. No puedo asegurar que no haya sido anunciada por televisión su conferencia express en la sala cultural CorpArtes, pero sí que no hubo un solo programa o noticiero que lo persiguiese para obtener una entrevista o al menos una declaración suya, algo que constituiría un material fundamental para una potencial agenda de actualidad de las artes visuales.

La televisión pública en Chile difunde, en micro espacios o cápsulas audiovisuales, generalmente pagadas, las actividades de los principales museos o salas, así como el quehacer de algunos artistas, músicos, fotógrafos. Es toda la programación cultural existente, emitida en horarios tan inverosímiles como un sábado a las 2 de la madrugada. Hoy el internet ha democratizado radicalmente el acceso a la información de todo tipo, incluida la cultural, pero hasta hace menos de dos décadas era la televisión el medio de mayor masividad para el tráfico de información, siempre sometido a los intereses y énfasis de sus respectivas direcciones editoriales. En los últimos decenios, la cultura en términos generales y las artes visuales en particular, han sido contenidos progresivamente excluidos de la televisión abierta, en parte por ello no se han integrado fácil ni fluidamente a las vidas cotidianas de los cientos y miles de personas que conforman esas grandes masas de público seducido por la pantalla o como se le ha denominado críticamente “la caja idiota”.

Si bien la cultura vive y palpita intensamente en Chile, se produce siempre una escisión, un divorcio entre Cultura y Masividad; los gustos, preferencias y agendas más populares en la sociedad chilena se alejan de las prácticas que definimos como culturales.

Lejos del afán moralizante de pretender definir qué es lo que debe o no debe elegir el pueblo dentro de la amplísima gama de la producción simbólica, cabe constatar que si es que existe en Chile esa latente distancia entre cultura y público masivo es, en gran y determinante medida, por desinformación. Nunca sabremos a ciencia cierta del interés o no interés de las grandes masas por la cultura, mientras dicha producción cultural no se dé a conocer, utilizando diferentes vehículos de información.

Dado este contexto, el que un evento en Chile, dedicado a las artes visuales, reúna a 14 mil visitas en un plazo de dos meses es un dato alentador. Si eso ocurre en la provincia y no en la sobre congestionada Región Metropolitana, resulta más interesante aún detenerse en las dinámicas que están movilizando a nuestras sociedades, o a la expresión más masiva de ellas.

Fueron meses de intensa actividad, y la Semana de Arte Contemporáneo de Antofagasta SACO 2017 concluyó con estas positivas cifras su sexta versión, la que tuvo una primera etapa -nacional- realizada simultáneamente en varios espacios culturales de la ciudad, bajo el título de Aluvión Visual, y una fase central, en la que artistas latinoamericanos instalaron a lo largo del Muelle Histórico de Antofagasta sus obras inspiradas en la idea, o pie forzado, de AMOR: decadencia y resistencia.

ENERGÍAS REGIONALES

SACO se auto define como un proyecto interdiciplinario que vincula a las artes visuales con áreas del conocimiento como la etnografía, la astronomía, la historia, la geología, la sociología, la antropología, la mineralogía, la filosofía y la multiculturalidad. Convergen por tanto, una diversidad de profesionales, no sólo de las artes visuales, en una agenda de actividades que incluye exposiciones, como también paneles, conferencias en establecimientos educacionales, visitas guiadas, residencias de creación artística y acciones en el territorio.

En la trama de SACO está, consiguientemente, incorporada la intención informativa y educativa que le es negada por otros medios a la disciplina de las artes visuales. Profesores de la región, alumnos de liceos municipalizados, estudiantes universitarios que ejercen como mediadores, familiarizan al público con las obras expuestas, motivándolos a la interpretación. Todos ellos son una parte crucial de este sistema, del modus operandi de este encuentro regional que está generando un espectador no extraído de la academia ni del reducto intelectual o estilístico, sino de la calle, de los cerros, del liceo, de las faenas mineras; también de las realidades burguesas y acomodadas, de las gerencias, de las distintas profesiones. En definitiva, un público de todas las procedencias, una audiencia plural, masiva.

Es entonces cuando se manifiesta la utopía latente que es el motor de SACO, algo que se piensa inalcanzable pero que con la gestión de seis versiones y la articulación de un equipo de trabajo sí parece ser posible. En una ciudad sin escuela universitaria de arte y sin salas dedicadas al arte contemporáneo, la manera alternativa que lleva a cabo SACO, ocupando la ciudad, tomando posesión del territorio y sobretodo, convocando a la gente, inspirados en su propia fórmula de “museo sin museo” se convierte en una opción abarcadora y efectiva para achicar aquella brecha cultura-masividad tan persistente en el país.

Y el desafío es duro, en una ciudad absorbida y envuelta por la actividad minera, en donde industria, tecnología y prosperidad económica son las directrices, dejando poco espacio a la expresión cultural, al vuelo creativo; viéndose la reflexividad empapada por la praxis. Pero pareciera que esos obstáculos potencian la realización de la Semana de Arte Contemporáneo: es la alambrada que pone el contexto urbano; es también la lejanía de los grandes centros de producción (y mayor promoción) cultural; es la provincia y su particularidad lo que hace al evento persistir y fortalecerse, ganando nuevas y más audiencias.

El caso puede enmarcarse, a su vez, en una sincronía energética con otros proyectos regionales en el campo de las artes. Las ciudades de Chile comparten atributos y carencias, todas son afectadas de una u otra forma por el excesivo centralismo institucional,  económico y cultural del Estado. Pero esa misma atención y beneficios focalizados en la metrópolis las libera en parte, generando un quehacer artístico menos competitivo y más colaborativo, menos ansioso por circulación y más reflexivo, menos calculado y más espontáneo. Así mismo, es su posición en este mapa chileno de la cultura lo que se cuela, inevitablemente, en sus temas y formas de hacer creativo; es el territorio, es su situación, es la comunidad local lo que se encarna en las obras, por ejemplo, de la convocatoria Ven a mi casa, destinada a los artistas de la urbe, con nueve propuestas que, en la tradicional sala del Centro Cultural Estación Antofagasta, formularon en conjunto y sin proponérselo, un grito de alarma respecto a los desajustes, injusticias, excesos que están ocurriendo hoy en una de las ciudades más prósperas – y de hecho la que ostenta el costo de vida más alto – de Chile y uno de los más elevados de América Latina.

El territorio con sus historias traumáticas, ese paisaje que casi nos habla también estuvo presente, elocuente, en la exposición Efecto perimetral de cuatro artistas mujeres residentes en el norte chileno.

Sabemos que el arte desplazó hace siglos el ideal de la representación, sin embargo en la actualidad está más que nunca orientado a un realismo, ya no mimético sino más bien revelador y, ojalá, transformador:

“El arte reflexiona en nuestros tiempos sobre las formas de habitar el mundo que hay; explora sus vacíos, exclusiones, contradicciones, a diferencia de las vanguardias que nos invitaban a la conformación de nuevos mundos. El arte ya no tendrá entre sus fines invitarnos a vivir – aunque sea en la fulguración de una mirada – en otros mundos imaginados, sino en promover formas de la alteridad en este mundo en que vivimos. Un intento probablemente no separable o distinguible de un ejercicio de resistencia frente a la actual colonización económica de la comunicación y de la experiencia de vida que domina nuestro tiempo” (Juan Martín Prada, Otro tiempo para el arte. Cuestiones y comentarios sobre el arte actual, 2012, Valencia, Sendema Editorial).

Ejercicios de resistencia quizás. La palabra es progresivamente acuñada en territorios de la visualidad contemporánea, y lo fue también en el sugestivo llamado a concurso de proyectos del Colectivo SE VENDE a los artistas de Latinoamérica. AMOR: decadencia y resistencia fue la primera convocatoria abierta que realiza SACO, que hasta la versión anterior confeccionaba su diagrama curatorial con invitaciones a artistas. Superando todas las expectativas, la respuesta contundente en cifras no se hizo esperar y, al final del proceso, el jurado seleccionó dos propuestas chilenas (Paz Castañeda y Nicholas Jackson), dos de Venezuela (Ana Mosquera y Oscar Pabón), una del Perú (Adriana Ciudad), una de Argentina (Lucía Warck-Meister) y una de Uruguay (Fernando Foglino).

Alrededor de diez días estuvieron todos ellos preparando sus montajes, conviviendo y compartiendo sus experiencias en el Instituto Superior Latinoamericano de Arte ISLA. La residencia es uno de los aspectos imprescindibles de SACO; como dice el escritor y crítico rumano Mircea Cartarescu: “Dentro de cada momento siempre hay la posibilidad de mil otros”, y fue esta instancia compartida y colaborativa, la presentación que cada artista hizo a los demás de su proyecto visual y los elementos claves de su trabajo, las conversaciones, los problemas técnicos, los cambios de planes, los imprevistos y hasta las risas, lo que terminó constituyendo – de esa y no de otra manera – la gran exposición central de SACO en el Muelle Histórico de Antofagasta. Se hablará en esta publicación, detallada y analíticamente, de cada obra, lo que vuelve más pertinente en este espacio escritural relevar la presencia regional – ahora en el sentido macro, continental – en el antiguo muelle salitrero, enclavado en el corazón del Norte Grande chileno. E insistimos aquí en la utopía o en la proyección posible de un arte latinoamericano, o un discurso latinoamericano a través de las artes. La teórica argentina Andrea Giunta recalcó que “La nueva historia del arte desde América Latina se centra en nociones y conceptos que elaboran los artistas y los críticos en sus situaciones creativas específicas” (Andrea Giunta, Cuando empieza el arte contemporáneo? Fundación arteBA, 2014).

¿Por qué no pensar, entonces, en explorar esa autonomía latinoamericana desde las artes? Sin son los artistas los llamados a revelarnos las fricciones de nuestra realidad que evitamos ver, utilicemos un tipo de instancia como SACO6, sus creadores, su obras, sus espacios, para pensar América Latina y su realidad cultural desde un nuevo lugar, no desde el constructo que ya conocemos, asignado por la colonización que nos nombra y nos define.

“Los artistas son cazadores de imágenes. Atrapan distintos mundos en el espacio de la obra”, escribe Andrea Giunta. Y en efecto, cada artista en SACO6 enunció problemáticas del amor en sus más diversas manifestaciones, desde lo carnal hasta lo trascendental. Hicieron uso del espacio, algunos comunicando desde la estructura y la materialidad misma del viejo muelle; otros desde su contexto urbano inmediato; otros desde su historia: “la inscripción de la contemporaneidad está continuamente enfrentada a lo irresuelto de la historia. El pasado se abre al presente”, dice también Andrea Giunta.

Y ese trance al pasado se manifestó claramente cuando, de camino a Quillagua, el lugar más seco del mundo y un destino ya clásico en cada versión de SACO, los artistas y todo el equipo hicimos una breve parada en Chacabuco, la otrora oficina salitrera. Un lugar abandonado, con las huellas de un auge económico perdido en el tiempo. Chacabuco nos develó también los amargos rastros de su ocupación como campo de concentración durante la dictadura militar chilena. Allí resonaban internamente las voces de la emblemática obra de Luis Advis, La cantata de Santa María de Iquique, relatando la matanza perpetrada en 1907 a más de mil obreros chilenos:

“Si contemplan la pampa y sus rincones, verán las sequedades del silencio, el suelo sin milagro y oficinas vacías, como el último desierto. Y si observan la pampa y la imaginan en tiempos de la industria del salitre, verán a la mujer y al fogón mustio, al obrero sin cara, al niño triste. También verán la choza mortecina, la vela que alumbraba su carencia, algunas calaminas por paredes y por lecho, los sacos y la tierra. También verán castigos humillantes, un cepo en que fijaban al obrero por días y por días contra el sol, no importa si al final se iba muriendo. La culpa del obrero, muchas veces, era el dolor altivo que mostraba; rebelión impotente ¡una insolencia! la ley del patrón rico es ley sagrada. También verán el pago que les daban, dinero no veían, sólo fichas: una por cada día trabajado y aquella era cambiada por comida. Cuidado con comprar en otras partes! De ninguna manera se podía, aunque las cosas fuesen más baratas. Lo había prohibido la Oficina. El poder comprador de aquella ficha había ido bajando con el tiempo, pero el mismo jornal seguían pagando. Ni por nada del mundo un aumento. Si contemplan la pampa y sus rincones verán las sequedades del silencio. Y si observan la pampa como fuera, sentirán, destrozados, los lamentos”.

La historia irresuelta se abre al presente. Lo sentimos en estos invaluables recorridos de SACO6, en Quillagua y su Valle de los Meteoritos, en los geoglifos de Chug Chug, en el abandonado Tranque Sloman, primera central hidroeléctrica de Chile, en pleno desierto. El arte nos llevó a este encuentro y nos mostró a gente sencilla que pone realmente en práctica aquello de la Resistencia, subsistiendo con sus trabajos en una zona de enorme valor cultural y geográfico entregada a la más absoluta desprotección por parte del Estado y la explotación histórica y actual de sus recursos por parte de la industria minera. La historia nos llama la atención nuevamente por estos días, en el otro extremo del país, con un grupo de compatriotas -nuestra gente originaria, la gente de la tierra- resistiendo con sus vidas.

Actualmente, en el mundo entero, se realizan cada mes 200 eventos dedicados al arte contemporáneo, entre festivales, subastas, ferias, seminarios, etc. Cada dos años, las bienales de arte suman un centenar en distintas ciudades de los cinco continentes. Éstas son verdaderas vitrinas internacionales para los artistas, donde confluyen además prestigiosos curadores, críticos y otros profesionales estratégicos en las artes de la visualidad, para discutir y expandir formas de experimentación, libertad creativa y promoción del pensamiento crítico. Las bienales se caracterizan por ser encuentros independientes, sin fines lucrativos, y de carácter pluralista, donde fluye la discusión y la reflexión en torno a las potencialidades de las artes como transformadoras de la realidad. En un mediano plazo, SACO espera convertirse en la bienal de Chile ¿o más bien de Antofagasta? Se sabe que este tipo de encuentros son fuentes de atracción turística y de ingresos para las ciudades y las comunidades donde se desarrollan. Utopía o no, es de esperar que esa bienal o encuentro que se realice a futuro, siga propiciando reflexión y acción con sentido en el territorio de Antofagasta, Chile.

Elisa Cárdenas Ortega
Periodista cultural