“Traiciona, esto es, no ve, pero no ver, en cosas de amor, es traicionar.”
Patricio Marchant
Fui convocado a SACO6 desde mi actividad como sociólogo como un intento, a mi juicio, de abrir o establecer umbrales complementarios a la comprensión. Si el oficio sociológico es portador de ciertas artesanías y sutilezas, podemos intentar a través de nuestra formación, acceder a ciertas irrupciones de espacios de sentido que a veces insisten en ocultarse a sí mismos. Esquivos al análisis y a la comprensión consciente, su grito se oye, tenue en su afán. Agrandar el campo semántico, interpretando, analizando e intuyendo, es una gran motivación incluso en la crítica más racional. Si nos preguntamos las condiciones de existencia de aquello que se ha separado en el sujeto moderno, su propia razón sustantiva, como arte, ciencia, economía, ética y política, por nombrar algunas esferas, estas exigen poder sentarse a dialogar. Esta sería una de mis consignas.
Arte contemporáneo
Según el pensamiento crítico europeo del siglo XX, fue tarea de la filosofía o mejor dicho de los filósofos, dar cuenta de las mutaciones que sufría el concepto de arte en todas sus singularidades. Hoy en día no solamente serían las llamadas ciencias sociales las convocadas a dar cuenta de estos cambios, tanto en lo conceptual como en lo práctico, sino también a “descentrar” lo que por siglos apareció como monopolizado por el arte europeo, que en su versión más totalizante se tildó a sí mismo como “alta cultura”. Debo reconocer por mi formación en sociología política y posteriormente en socioanálisis, que el vehículo o lo leit motiv que me lleva es una idea de negatividad en relación a la función social del arte y donde la experiencia personal pasa a segundo plano. Negatividad para el que escribe, designa dimensiones de crítica a la realidad, es decir, su función como politicidad. Heredera del pensamiento marxista europeo, la idea del arte como función social y política asociada a la obra y a las relaciones sociales que la producen, parece estar atravesada por una forma no menos válida de experimentar el arte. Esta sería un tipo de experiencia individual o introspectiva que en el pasado fue menospreciada (“arte burgués”, “alienación”, etc.) La pregunta pareciera enlazar la epistemología (condiciones de emergencia de los saberes con respecto al arte) y la fenomenología (sensaciones que me provocan como experiencia de introspección). Hoy en día aparece como un acercamiento no menos válido. Según el pensamiento sociológico del siglo pasado, muchas veces es en el propio círculo íntimo de la vivienda, incluso en lugares relativamente modestos, donde mejor se expresa la fuerza de las preferencias y del juicio propio. Según Gadamer “allí no sólo se encuentran reproducciones, ese medio inaudito de expansión de la memoria y de adaptación de todos a lo que está de moda y se lleva más en el campo de las reproducciones. Hay fuerzas encontradas que actúan a la contra de los efectos homologadores de las actuales condiciones de vida, dominadas por la técnica.”
Esto vendría a validar lo anteriormente expuesto, este descentramiento o desanclaje (un despegue de capitales) en este caso, de sentido del arte por una parte (que interrumpe la idea concéntrica de un arte “elevado” procedente de los países del llamado primer mundo y un despegue del capital de las obras en un sentido profano por decirlo de alguna manera)), ya no orientando a clases sociales o culturas específicas, sino basado en su función política. Sea esta nagatividad, sea esta experiencia introspectiva.
Esto es a mi parecer lo que se logra en el proyecto SACO6. Desvío de sentido (función política o proceso de subjetivación), desvío de capital (descentralizar recursos), desvío de galería (ahora en el espacio público); triple desvío de SACO6, urgencia después de su emergencia.
Tomo estas consideraciones preliminares, para fundamentar lo que se expone y no presumir de ese “saber experto” que dice “yo sé de esto, soy profesional en estos temas”. La cosa no es tan simple como eso. Más allá de entrar en dimensiones tediosas para algunos y separaciones odiosas entre teoría y práctica (que tan mal nos han hecho), estas apreciaciones servirían al lector afín con la mirada de las ciencias sociales y específicamente la sociología, para entrar de manera más amable según sus propias inquietudes e intereses.
Amor: ¿decadencia o resistencia?
Según ciertas perspectivas sociológicas, el amor de pareja estaría en crisis. Me inclino más por pensar que lo que está ocurriendo es una reconfiguración de la idea que sostuvo gran parte del pensamiento civilizatorio dominante y que también se manifiesta en el primitivo (grupos sociales de baja complejidad), es decir; un sistema de Ser en el Mundo asociado a roles y en un segundo movimiento, a funciones. Si, por una parte, tenemos una nostalgia de los fuertes lazos que manifestaban las relaciones afectivas tradicionales, nos encontramos, por otro lado, con el llamado Amor Líquido, a saber, relaciones y discursos afectivos limitados por su escasa extensión en el tiempo. La pregunta que SACO6 me plantea no deja de ser compleja, pues estamos asistiendo a un tránsito que no logramos visualizar en su totalidad (por su extensa temporalidad), aun teniendo algún tipo de sustrato empírico teórico a nuestro favor. La pregunta que SACO6 nos hace es una pregunta ingrata, incómoda, pues somos nosotros mismos los protagonistas de este tránsito histórico. Pero como problema, tenemos el deber ético de abordarlo. La pregunta que inmediatamente me hago es, ¿dónde está la decadencia y donde la resistencia? En un primer término y con cierto prejuicio hermenéutico, pensé que la resistencia era aquel ideal/platónico que heredamos de la metafísica occidental y que podría mostrarse a sí misma como una idea de amor puro que se resiste a los cambios epocales; la decadencia, en cambio, podría venir desde las llamadas perspectivas “posmodernas”, aunque odie un poco ese término en su vacuidad. Luego de mi experiencia en Antofagasta y especialmente en el Muelle Histórico observando las obras, me he inclinado a invertir los términos y esas proposiciones, jugando con ellas. De ser así, la decadencia podría emerger desde el amor tradicional romántico en toda su violencia tanto simbólica como física y la resistencia sólo sería una cara del mismo problema. Invirtiendo los enunciados, podríamos arribar al muelle donde decadencia y resistencia son parte del mismo universo semántico que asesina a más mujeres por año que en muchos países, pero por otro lado podríamos también apelar a una idea de “amor puro” que habría que recuperar. No me inclino por esta segunda idea. Como ya tomamos partido, dejaremos de lado la visión idealista del amor y nos volcaremos a una visión más empirista, por decirlo de alguna manera. Creo que lo que nos convoca es “¿cómo se manifiesta el amor de pareja?” y no “¿qué es el amor de pareja?”.
Las obras
La artista visual y pintora Paz Castañeda en Fragmentos de un discurso amoroso, nos confronta, invitándonos a mirar desde su obra, lo efímero e inestable que puede ser una relación amorosa y la lucha constante que implica. Tomando como punto de partida a la semiótica, Castañeda instala una radiografía de las configuraciones y re configuraciones del Eros que habla. Como un barco que zarpa, haciendo analogía al fin de una relación, la obra establece el vaivén del amor de pareja contemporáneo. Ya no hablamos de relaciones de “toda la vida” sino un ir y venir donde la perdida, la elección y la partida están en presencia permanente. Barthes señala en Fragmentos de un discurso amoroso, que: Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la Mujer; la Mujer es fiel (espera), el Hombre es rondador… Se desprende aquí algo nuevo, dado que en algunas de las grandes ciudades chilenas son ellas las que ya no esperan y “zarpan” (siguiendo la metáfora de quién parte hacia el mar). Cabe señalar que Castañeda juega también con su saber inconsciente al situar su obra “dentro del mar”, dado que en el psicoanálisis más contemporáneo o tardío, el mar es un elemento arquetípico bastante usado como recurso de interpretación de deseos y temores reprimidos en todos nosotros; esto hace que la obra, para mí, se complete como una totalidad, se cierre de manera orgánica. La experiencia del arte es para todo el mundo justamente algo no habitual, más bien una apertura a lo insólito (Gadamer), que le tienta a uno no sólo a entrar en ello sino a vivirlo realmente. Este Umheimlich (algo familiar pero que es extraño al mismo tiempo), comporta la frontera o umbral por donde el psiquismo accede a lo que ya conoce, pero ya no sabe que conoce; “tú te vas y yo me quedo aquí…” (Rocío Durcal).
Desde otro frente, Nicholas Jackson, ataca la orilla de la cotidianidad amorosa que soporta el peso del tiempo, el amor tradicional que dura para toda la vida y cómo este se moldea a sí mismo según su propio peso. Tomando a mi juicio, la concepción de amor tradicional, Jackson trabaja con la “distinción” que los amantes hacen de sí mismos con respecto a las demás personas. Basado en una construcción ideológica que separa lo humano del animal, el amor tradicional expresa la represión de los instintos selváticos en pro de una nobleza que habita en la idea. Esta represión (que es constitutiva de la cultura), se expresaría de la mejor manera en la conciencia desgraciada del “amor sufrido”. Soportar los golpes, título de la obra, expresa la paradoja o el dilema de un amor basado en una exterioridad de poder: por un lado la cultura y por otro el poder del hábito como necesidad naturalizada. El amor de toda la vida de nuestros abuelos, la violencia escondida en él, los maltratos y la resistencia a cambiar de rumbo sobre todo en el mundo femenino, viene a ponernos a reflexionar sobre si todo tiempo pasado fue mejor. Haciendo guiños con la filosofía y la física, Jackson realiza un inteligente juego al poner en circulación una multiplicidad, situando la resistencia desde una esfera crítica, como negatividad, por otro lado poniendo en suspenso la filosofía del sujeto de una manera cuántica, es decir, acabando con la separación entre sujeto y objeto al montar una obra sobre una “naturaleza alterada” (mueble de metal) y la piedra montada (naturaleza deshumanizada). Si el peso de la piedra altera la superficie del metal que la soporta, también altera la realidad del tiempo en honor a su materia.
Pareciera hoy por hoy, que los intereses combinados de creación, son el ethos del momento como un nuevo sujeto creativo. El trabajo de artista visual venezolano Oscar Pabón llamó inmediatamente mi atención. Por trabajar en arquitectura, vivo inserto en un campo donde la vivienda y el espacio público son materia constante de análisis y de reflexiones. La maqueta, llamada Melancolía: el pabellón del despecho, cuyo contexto de sentido se estructura en el campo del desamor y del duelo amoroso, pone en la palestra el fenómeno de codependencia de los amantes en Latinoamérica. En un continente donde el amor romántico es pan de cada día y parte del imaginario, y donde los femicidios están a la orden del día, Pabón con sus cinco estructuras metálicas que llevan al muelle un barrio típico de periferia pobre, nos permite hacer trabajo de terreno de manera metafórica. Al escuchar las canciones de amor trágico una y otra vez como respuesta a la pregunta de cómo superar la pérdida del objeto de deseo, quedamos ante una tautología, una encerrona, un callejón. Por una parte no podemos amar sin sufrir pero tampoco vivir el luto con serenidad, sino en el dramatismo absoluto. Heredero del pensamiento sociológico, el llamado marianismo, esa codependencia a una imagen idealizada de la mujer en Latinoamérica, que no es más que otra cara del machismo patriarcal. Sincretismos entre lo militar masculino y la virgen (patrona de Chile por ejemplo), expresarían en plenitud esta figura; pero algo está cambiando. De mis experiencias con personas en situación de calle, un alto porcentaje de hombres culpan a las mujeres de dicha situación, a diferencia de los discursos femeninos que han sido para mí igual a cero o de escasa cuantificación. La obra de Pabón remece, pues como alegoría de metafísico o abstracto no posee nada. Es el enfrentamiento directo con el problema, la casa, el oikos, el hogar. Una obra que, por los acontecimientos que ocurren en Venezuela, se transforma en un acto político en sí mismo al no poder Pabón asistir a SACO6 y que al ser socorrido en el montaje por sus propios coterráneos y de manera espontánea, le otorgan a esta entrega un carácter de irrepetible.
En el reino de la imaginación, la metamorfosis del ser es ya una adaptación al medio imaginario, escribe Gastón Bachelard. El muelle, punto de partida y de llegada es también naturaleza intervenida. Lugar de sentimientos grabados en la madera, ya lugar de nostalgia, ya lugar de extrañamiento, como una dimensión con distintas temporalidades que se encuentran cara a cara pero sólo a veces dialogan. Cuando se medita sobre la libertad de las metáforas y sus limitantes, ciertas imágenes poéticas se superponen unas sobre otras sin discriminarse mutuamente. Lucía Wark-Meister de la hermana Argentina, con un estilo austero y de macabra y perspicaz dulzura, hace sangrar al muelle una vez más. Intersticios del amor nos invita a recuperar la memoria del viejo objeto, su sangre, su dolor pero también su florecer. Nuevamente más de un registro. Ora rosas de un mundo sin humanos, ora un lugar manchado por la penuria de quienes ahí estuvieron, están o estarán en su superficie. Lágrimas de sangre de amor romántico en ese gran objeto memorial que es el desierto de atacama. Debo reconocer que esta obra es la más difícil de abordar para mí, pues como leí una vez en algún lugar, es necesario desembarazarse de todos los libros para abordar una acción poética. Mi oficio se accidentó al encontrarse por primera vez con esta obra en el Muelle Histórico. Gracias a cierta formación que poseen algunos sociólogos en psicoanálisis y/o en literatura “proyectiva” (del inconsciente), se puede asir brevemente lo inasible de esta simulación. Te pone en jaque por su simpleza y por su profunda simbología, se filtra, como dijo la autora. Una obra estrictamente fenomenológica para la cual es mejor dejar el conocimiento en la casa.
Siguiendo con la línea de sentido que el Muelle Histórico otorga, Fernando Foglino, charrúa, oriental, uruguayo, pone en convivencia no sólo lo poético, sino lo político pero con politicidad. Esto refiere y define algo así como el intento de modificar las actitudes y relaciones al interior del campo popular, buscando reivindicaciones, educando y haciendo un rescate de la memoria histórica. Foglino construye una guarida, un cubil, una pirámide pero también remece, escandaliza. Doble registro para un lugar otrora espacio de sufrimiento, explotación del hombre por el hombre, pero también espacio de nostalgia, de epístola, de esperanza. Doble registro a su vez para su estructura. Por un lado, lugar que brilla y genera calor y lugar que produce cobijo y frescor del sol implacable del norte. Por una parte una investigación sobre las condiciones de trabajo y de vida del obrero del caliche y entrega de ese relato a los visitantes a SACO6 en el muelle. Doble estrategia político-estética pero a su vez un ritual. El sentido ritualista de la obra de Foglino y Valentina Cardellino, también funciona como un exorcismo. Al recuperar la memoria y hacer que se escuche el grito de dolor de los explotados que allí vivieron también transforma este lugar en un espacio de paz, de cobijo, de alivio y de amor. Ahora los amantes pueden protegerse del intenso y abrasador calor; el amor hará el resto.
Cuando se forma una interacción entre una creación y su recepción en todos los parámetros de los círculos vitales de los individuos es porque son los propios cambios sociales y epocales los que obligan al artista a experimentar con cosas nuevas, nuevos lenguajes que incluyan fenómenos o realidades nuevas o aún difusas. En el caso del arte y los medios de comunicación, sabemos que estos han sufrido importantes cambios en los últimos cien años. Pasando por la estetización de la política (Benjamin) y el uso del arte y los medios de comunicación como aparato ideológico de propaganda (con fines en su mayoría funestos) el cine, la radio y el imperio de la televisión, hoy en día asistimos al reinado de la vida establecida con base en lo digital y la virtualidad. Desde Venezuela, Ana Mosquera con Paisajes invisibles se pregunta si la sexualidad es posible situarla en un lugar. A partir de una voluntad descentralizadora, Mosquera realiza un doblez a cierta crítica de corte europea, la que para el que escribe, adhiere a cierto esencialismo, que implicaría una supuesta deshumanización de la convivencia humana al establecerse a sí misma con bases en la utilización de las redes sociales. Curiosamente fue la propia racionalidad europea la que expandió los llamados “sistemas expertos” (Giddens) y donde el uso de la tecnología llegó al paroxismo. Doble doblez de Mosquera al intentar tomar distancia del ethos centralista y pensar la sexualidad/tecnología/lugar desde la periferia, que deja de serlo y se cancela en su propio acto descentralizador y descentralizante. Triple doblez al tematizar la sexualidad gay fuera del seno de la esfera de lo privado, sino situándolo ya sin miedo en el espacio público. Vincularse por nuevos medios es tan polémico como fue el comienzo del uso de la epístola en los albores de la modernidad. No tengo dudas en que para el pensamiento medieval el uso de la carta y del yo como protagonista no fue vista con buenos ojos. Creo se hace necesario que pensemos desde nuestra región latinoamericana qué acogemos y que no, dejando atrás con ello que desde otras latitudes nos digan qué es bueno y qué es malo. Captar lo inasible pareciera ser la consigna, lo que desborda a toda normalización de conductas, esa esfera de libertad con la cual el poder se vería a sí mismo en un instante de limitación; sí, porque este no posee rostro.
En el origen de la tradición oral existiría ya una estrecha relación entre sexualidad y lenguaje. Ya en el acto mismo de nombrar las cosas, un nominalismo primigenio, ya encontraríamos un origen de la diferencia sexual. En cierta manera, el pensamiento falocentrico traduce aquello que le es ajeno, es decir, traduce a la mujer. El hombre sabe sobre “ese no saber, ese saber relegado a la esfera de lo inconsciente. Con ello administra, genera y proyecta deseo en ese otro.” Es paradójico que la obra Las Amazonas ¿Amor o carne?, de Adriana Ciudad del Perú, se constituya en base a un artilugio llamado picó, tan parecido al nombre coloquial que en Chile se le otorga al órgano sexual masculino; ¿coincidencias?, no lo sabremos pues la coincidencia y la facticidad se llevan mal. Por un lado, el logos civilizatorio y por otro el pensamiento tribal se las han dado con la mujer como “acompañante del hombre” en la naturaleza; al servicio de él. En Latinoamérica, con ese caldo sincrético del cual somos herederos, ora caribe, ora sudaca, es pan de cada día la cosificación de la mujer a gran escala. En cierto sentido hemos dado un paso adelante en la democratización del cuerpo en el mercado de los afectos. Pero al mismo tiempo y constantemente, a mi juicio, damos tres pasos hacia atrás. No es mi objetivo ser majadero con algún tipo de pensamiento teleológico, como si fuéramos realmente hacia un mundo mejor, pero sí, no debemos cejar en intentarlo una y otra vez. Tampoco pensarlo desde una esfera como si los sureños (Chile, Argentina o Uruguay) estemos a la vanguardia en desobjetivar al cuerpo como mercancía. Pero sí existe una gran tendencia “más caribeña” a este tipo de discurso, como tecnología de apropiación no sólo del cuerpo femenino, sino también masculino. Adriana intenta hacer un escándalo, sutil pero agresivo y activo. Al exhibir el primer picó femenino en el Muelle Histórico de Antofagasta, te está restregando en tu propia cara tu propio objeto de deseo. Juega con tu goce, no como deseo, sino como ese artefacto que necesitas pero te genera miseria y lo ignoras. Pareciera ser que las cosas tampoco son tan así. De mi experiencia como observador, pude registrar algunos comentarios de muchachas en edad escolar. Comprendiendo rápidamente el sentido de la propuesta, estas niñas/mujeres me confesaron que es necesario educar sobre todo en los colegios cómo ciertos tipos de música, son portadoras de un mensaje violento hacia las mujeres; bien por la obra. Pero el asunto pareciera inclinarse más a que no importa lo que digan las letras o cual mensaje tengan, sino a que está de moda y posee un ritmo muy atractivo. Adriana quiere politizar poniendo en tu propia cara lo que podría generar tu propia decadencia. Esta es su resistencia.
Claudio Pereira
Sociólogo