Maria Constanza Castro
Académica Escuela de Periodismo
Universidad Católica del Norte
El ejercicio propuesto por la octava versión del Festival de Arte Contemporáneo (SACO) nos lleva de regreso al intento de responder una de las grandes preguntas que se ha hecho históricamente la humanidad y que probablemente nunca daremos por superada. Pensar en el destino obliga a situarnos como especie, como sociedad o colectivo, a revisitar ciertos grandes discursos políticos de la modernidad y dejar a un lado nuestros petits recits fragmentarios y cotidianos. Esta intencionalidad de poner en común, de manera representacional y transitoria, a diversos artistas que activan posibilidades de sentido e interpretación, se valora por cuanto transforma el espacio físico y simbólico que habitamos.
Visitar una sala, una galería o un lugar de tránsito como el Muelle Histórico de Antofagasta, intervenidos materialmente por estos mensajes que viajan en todas direcciones, permite pensarnos como seres análogos, semejantes, que vencen esta “separación” suprema que afecta los canales relacionales de los que habla Nicolás Bourriaud en sus ensayos sobre arte contemporáneo. La experiencia de diálogo y reflexión que se logra en la mediación de una obra nos lleva a superar, por unos instantes, la tesis de que somos una “sociedad del espectáculo”, tal como ya lo planteaba Guy Debord a fines de los años 60. En esta sociedad las relaciones humanas ya no serían “vividas directamente”, sino que se distanciarían en su representación “espectacular”. Poder dialogar con la obra –si bien efímera y no comercializable– in situ nos permite levantar un bastión de resistencia ante la virtualidad de nuestro mundo contemporáneo.
La intención de aprehender un momento específico de este mundo global en constante metamorfosis a través de variadas formas, modalidades y funciones, nos lleva a vivenciar una “utopía de proximidad”, en la que el ininteligible destino del mundo, tal como lo conocemos, puede ser objetivado o, al menos, nombrado. Estas propuestas artísticas nos invitan a entender y habitar el presente, a constituir modos de existencia o modelos de acción, sin plantear utopías, pero sí volviendo a antiguas preguntas que se ha hecho el arte, como indagar en el sentido último de la realidad o de la existencia.