ENTRE LA ACADEMIA Y PRÁCTICA: CARLA REDLICH Y EL NÚCLEO CRÍTICO DE INVESTIGACIÓN EN PRÁCTICAS CULTURALES

Tras haber pasado casi el periodo completo encabezando la cartera de cultura en la Región de Antofagasta dentro del actual Gobierno de Michelle Bachelet, y con una destacable experiencia y acercamiento en el mundo del arte y la cultura, Carla Redlich, en entrevista para el equipo de la Semana de Arte Contemporáneo, habla sobre este proyecto, que aborda las problemáticas enfocadas en los fenómenos que existen en la conjunción de la memoria, el arte y el espacio comunitario.

El Núcleo, es un centro de investigación de prácticas culturales contemporáneas, que lleva actualmente dos líneas de trabajo, donde la gestión cultural, la revisión de la memoria, la producción artística y la conexión con la comunidad, a través de sus prácticas culturales, son el principal motor que motiva a un equipo multidisciplinario a abrir esta nueva instancia, en la que se redescubren y enlazan varias dimensiones del conocimiento.

Núcleo de Investigación: ¿Quiénes son? ¿Qué es?

Es un grupo multidisciplinario, Julio Pasten, periodista y magister en ciencias sociales, Darío Quiroga, sociólogo, y otras personas que van entrando y saliendo, de acuerdo al enfoque o a las tareas que se vayan generando en el camino, dependiendo del desafío que se tenga que abordar.

Lo que se analizan son prácticas culturales contemporáneas, nos interesa todo lo que se produzca desde el campo simbólico y también físico, que dé cuenta de alguna práctica cultural que no está establecida dentro del “marco” del centro, o que está afuera de lo considerado oficial. No estudiamos las bienales, ni los circuitos oficiales del arte, sino que estamos en los intersticios de la práctica cultural para ver qué está pasando cuando- por ejemplo- una junta de vecinos con un artista establecen una residencia y un proceso creativo conjunto. Ahí nos detenemos a mirar el proceso y también lo que genera ese proceso.

Así mismo podemos estudiar- por ejemplo es lo que nos está pasando ahora- las prácticas culturales feministas de comienzos del siglo XX, a partir del legado que Luis Emilio Recabarren y Belen de Sárraga dejaron en la región. Depende del espacio desde donde nos situemos y el enfoque y los investigadores o gestores involucrados que están participando que surge el interés en ahondar en ciertos espacios de cultura que nos parece necesario visibilizar o hacer reflexión crítica a partir de algunos temas.

Tenemos otra pata, que es la gestión cultural, ahí hacemos seminarios, charlas, talleres, a partir de la experiencia teórica y práctica que cada uno ha recabado. Lo que hemos ido desarrollando a fondo es la temática de arte comunitario, como fenómeno, que gracias a nuestra práctica hemos podido primero internalizar y ahora establecer como una experiencia válida de ser observable y replicable, y eso lo hemos ido transmitiendo a través de algunos talleres y seminarios de creatividad, de pensamiento crítico, disruptivo, de nuevos métodos en educación también, y que eso ha sido un nicho trabajado incipientemente.

¿Con qué se han ido encontrado en este proceso a nivel territorial, hay diferencias entre la costa el desierto y el alto? ¿De qué forma ustedes pueden categorizar esos espacios?

En la región misma tratamos de abordar prácticas que se den en otros lugares, lo que pasa en la web también nos preocupa. Claramente hay diferencias aunque creo que hay más comunión de experiencias y problemáticas de las que uno cree.

Mucho de lo que pasa se repite en diferentes partes del país. Por ejemplo, hace poco nos tocó ver prácticas en Coyhaique que de igual forma suceden aquí, con otra idiosincrasia o incluso otro lenguaje, pero son puntos similares que nos han servido como espacios de experimentación, para ver cómo podemos intervenir o influir en un espacio, y que eso tenga sentido.

En la región podemos ver diferencias entre costa y desierto, cada uno con su legado, con identidades diversas, pero en lo concreto con personas que están expuestas a influencias similares, conflictos parecidos y que tienen las mismas necesidades y similares potencialidades.

¿Cómo pretenden reflejar esa descripción del territorio?

La tensión siempre es mirar críticamente y atendiendo a los contextos, sus prácticas y también sus ritos. Es ahí cuando se puede hacer la diferencia, por ejemplo, en lo referido al folclore, a prácticas sincréticas que tienen una connotación distinta al ejercicio del arte en comunidad. Eso tiene otro marco, aunque nosotros no nos hemos enfocado en observar rituales en particular.

Uno en el ejercicio cotidiano lo ve, lo que puede tener para algunos una relevancia escénica, como un carnaval de carácter folclórico, es muy distinto a una fiesta religiosa que ocurre – por ejemplo – en la localidad de Ayquina donde hay un rito que no está ahí para “construir identidad” ya que eso es identificación pura, sin ninguna pretensión escénica y que muchas veces la gente desde afuera,sin mayor conocimiento, lo enjuicia de manera similar. Entonces hay una tarea para aclarar y visibilizar qué es cada cosa.

Estamos para observar el territorio, a través de todo lo que pueda pasar cuando un artista renuncia a su espacio, dejando la condición de autor e involucrándose con la comunidad. También nos hemos dejado la tarea de mirar hacia atrás y darnos cuenta de las influencias, ver como nuestra historia tiene relación con lo que sucede hoy día con los movimientos sociales, la revolución pingüina, los enlaces con el movimiento obrero y el salitre, en las constelaciones y los ciclos, tan poco visibles para la mayoría de las personas de hoy, que sólo viven la inmediatez, la obsolescencia permanente.

Hablaste que se estaban haciendo algunos estudios sobre procesos feministas ¿Qué se está abordando en este estudio? ¿Cómo la mujer ha enfrentado a esa situación?

Estamos en la fase de exploración bibliográfica de lo que pudo haber sido algo muy relevante en nuestra historia hacía lo que fue la aprobación del voto feminista, con algunos indicios que están en Iquique, otros en Antofagasta, en una parte por ahí de los centros salitreros y otros hechos perdidos que nos interesa mirar, por las consecuencias que tiene hoy en día lo que significó el movimiento obrero, específicamente en esa parte femenina que después se fue despolitizando, se fue perdiendo cuando la mujer logra el voto. Como que hay un desarme de la lucha feminista, y la mujer vuelve al espacio privado.

Todo esto surge a partir de otra investigación que estábamos haciendo con respecto a un estudio de caso en Calama, con una junta de vecinos donde se desarrolló una compañía de danza contemporánea con mujeres jefas de hogar, que tuvo un proceso de tres años de trabajo, y que, de la mano de dos coreógrafas, logró constituir una compañía en un espacio escénico no academizado ni codificado para la práctica artística.

En este caso vimos que la mujer generalmente traslada su espacio privado/casa a la junta de vecinos donde sólo replica lo doméstico, o sea, en vez de que la junta de vecinos ser un lugar enunciador de la comunidad politizada, pasa a ser un espacio nuevamente privado en donde la mujer va a hacer el saquito, el taller de repostería, o el de costura, donde además obtiene un producto que le sirve al hogar, cosa que no está mal, pero que en tiempos de pre dictadura o incluso en el mismo régimen, era mucho más politizado en muchos aspectos, porque ahí se hacían las ollas comunes, los comedores infantiles, porque se hablaban de otras problemáticas que afectaban a la comunidad, era un espacio de alguna manera de enunciación y disenso.

Cuando llega la democracia estos espacios se institucionalizan, y al ser únicamente para la mujer, se terminan domesticando. Entonces pasó que el grupo de gente que estaba desarrollando este proyecto de danza adoptó esa junta de vecinos como espacio escénico, y eso es muy interesante, pues des-normativiza este lugar. En el montaje, el público entraba y veía varias estaciones montadas –dúos, solos, coreografías colectivas – a través de la creación que ellas hicieron con textos de su autoría.

Esto les permitió a las mujeres encontrarse con sus cuerpos, a ser mujer mucho más allá del papel mamá/esposa o a su rol social en función de otro. Puramente personas, seres humanos.

Entonces apuntan al rol de la mujer en el espacio público…

El proceso de investigación que tenemos en Calama avanza, nos falta aplicar algunos instrumentos para recoger datos duros, pero se pueden ir abriendo otras líneas de investigación en paralelo, así sumamos a más personas desde otros ámbitos y con el equipo base vemos lo del grupo de mujeres y su trabajo.

Eso estará disponible en una plataforma, hay un compromiso de colaboración con Danza Sur.

¿Qué aspectos se presentan cuando la mujer tiene un fuerte lazo con el arte y la política?

Para el Núcleo la mujer, como ser social, ejerce en su práctica una labor política, y esa afirmación lleva muchas veces a la confusión… incluso a los artistas, cuando les hablas de su rol “político” te pueden decir ¡pero si yo pinto naturaleza muerta! ¡en mi propuesta no hay nada político!, cuando, creo, toda manifestación instala un discurso, se agencia en una forma de ver e interpretar el mundo, que puede entrar en comunión o diferencia con otros. Por algo busca establecer algún discurso con eso y cuando hay otra visión de ese mismo elemento, entra en conflicto, y en eso ya hay una fricción y por ende un acto político, algo que diferencia que puede caminar hacia la emancipación.

La mujer en el mundo del arte es un asunto tan complejo como lo es para este género insertarse en otro campo laboral, es difícil abrirse paso, con toda la herencia que tenemos, los juicios, la segregación, con la diferenciación de roles que aún nos persigue.

En la sociedad no están contemplados los tiempos de cuidado, se asumen como parte del cotidiano (ya sea a hijos o padres ancianos), el uso del tiempo está pensado para personas que no responden a la protección de otros seres. Las personas que se dedican al arte constantemente necesitan de grandes espacios de tiempo para la práctica y la creación, para ver otras cosas, y con esta condición – entre otras tantas – no es un mundo sencillo donde las mujeres se puedan ubicar.

De todas maneras, en la región, hay un gran hacer de la mujer, es cosa de ver quienes trabajan en la base de los proyectos artísticos de mayor sostenibilidad, veo muchas mujeres en el ejercicio del arte en la región, por lo tanto, eso habla también de una terreno fértil que tenemos, nuestras artistas no se quedan atrás.

A mí me ha tocado estar cuándo se discute sobre cuál es el rol que tiene el artista en el territorio. No creo que la mujer se situé en un tema en específico, abordan al igual que el hombre las interrogantes, no veo una temática de género tan instalada, hay temas de migración, asuntos patrimoniales, mucha fotografía hecha por mujeres, teatro, vemos lo que está pasando con la danza, lo que está haciendo SACO, espacios formativos no oficiales, creo que finalmente los análisis se amplían al espectro social.

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Sistema de residencias. ¿Qué observan?

No nos hemos dedicamos a realizar nosotros mismo las residencias desde el Núcleo, pues nuestra tarea es observar los procesos (si lo hicimos anteriormente, a través de otros espacios laborales), Desde el 2014 se ha instalado un programa de arte colaborativo desde el Consejo de la Cultura que toma algunos de los componente que abordamos. Incluso en el tiempo de Paulina Urrutia se hicieron trabajos, pero no tenían la lógica que observamos ahora, pues ahora son colaborativas, es decir, el artista va, se instala en un territorio y a partir de los insumos que el lugar le va dando el puede ir creando, con la comunidad, distintas obras, ya sea una instalación, un documental, una performance…

Lo que estamos viendo ahora es que el artista renuncia a su posición autoral o lo cede o comparte junto a la comunidad que también realiza la obra, y ahí existe una reciprocidad, una entrega más horizontal de conocimiento, donde el artista igualmente recibe saberes populares que revelan aspectos de valor, también de aprendizaje, por lo tanto la observación que se hace de estos procesos de residencia donde el artista llega a vivir y a convivir- en un proceso diario que incluye comer, tomar té, ir a la feria con la comunidad – eso es obra y nos interesa mirar tanto el proceso que para nosotros es más relevante que el producto sin tener el prejuicio que el material al estar construido en un espacio comunitario es de menor calidad que en otro espacio codificado para el arte.

Apostamos a que este proceso entre la comunidad y el artista es un camino muy valioso, esperamos que haya disenso, y que se llegue a una reflexión que no es de baja calidad.

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¿Existen casos en en la región de arte para el desarrollo?

Se superan espacios de auto exclusión con la comunidad. En una residencia de fotografía dentro de una población trabajaron mujeres haciendo fotos, es decir generaron algo, un material propio, y que eso sea visto por otros ya es un ejercicio de reconocimiento, además que esa obra se mueva a un espacio catalogado para la lectura de arte- llamase un centro cultural o un museo -es un rompimiento de una barrera, pues estas personas sentían que no eran dignas de exponer y menos de la forma que lo hicieron, eso ha sido un legado importante más que instalar capacidades, porque tal vez lo que se necesitaba para hacer un ejercicio fotográfico en las condiciones que ellas lo hicieron difícilmente se va a volver a reproducir, que el salón oscuro, que el revelado, cuando se trata de talleres muy iniciales va más allá de lo que sucede como obra, es una ganancia simbólica, es algo que ellas han dicho y que eleva y concreta sus discursos.

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