[ENTREVISTA] Helena Horta: Optimismo frente a la fusión entre arte y ciencia

Como un singular desafío se ha planteado estos últimos dos años el trabajo de la residencia de SACO arte&arqueología, en donde el rol de Helena Horta Tricallotis, académica del Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo R.P. Gustavo Le Paige de la Universidad Católica del Norte en San Pedro de Atacama, ha sido fundamental para aportar conocimientos y herramientas transdisciplinarias que se conjuguen con las ideas y propuestas de los artistas que han participado de esta instancia, en una época en que las fronteras entre el arte y las diversas áreas de conocimiento son, afortunadamente, cada vez más difusas, permitiendo abrir y descubrir sorprendentes horizontes para la creación. 

 

Horta es arqueóloga y Doctora en Historia con Mención en Etnohistoria (Universidad de Chile). Su formación profesional transcurrió en Hungría, en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest, donde obtuvo el grado Master of Arts en Arqueología e Historia del Arte y el grado de Doctor Universitatis en Arqueología (Prehistoria). Desde su regreso a Chile en 1990, se ha dedicado a la investigación y docencia del arte y la arqueología prehispánica del área centro-sur andina, con énfasis en las culturas del Norte Grande de Chile durante los siglos previos a la Conquista. Es también editora de la sección de arqueología de la Revista Científica Estudios Atacameños. A su haber, tiene tres publicaciones sobre arte e historia de los pueblos originarios de la zona.

 

Su experiencia era razón más que suficiente para que colaborara con SACO y los resultados han sido más que satisfactorios. El año 2018, colaboró con la residencia de la artista uruguaya Jacqueline Lacasa, que culminó con la exposición De cómo las almas viajan a las estrellas. La experiencia en San Pedro de Atacama se extendió el 2019 con una nueva residencia, esta vez con la artista peruana Natalia Pilo-Pais, la que dio como fruto la exposición Diario de una búsqueda hacia lo suprasensible. 

 

Aquí, la académica habla de ambas experiencias y de los beneficios de la fusión entre arte y arqueología.

 

¿Cómo se enriqueció su área de trabajo y de especialización con el proceso de Natalia y su obra?

Fue un proceso nuevo para mí, desconocido en relación a la experiencia de 2018 con Jacqueline Lacasa, pues ella venía con una idea más o menos estructurada respecto de las pipas y conversando acá, ella se dio cuenta que la cantidad de pipas arqueológicas de las que disponemos en el museo era muy inferior a la de enorme cantidad de parafernalia alucinógena. Así fue que en el curso de los diálogos, amplió su mirada y finalmente, hizo su instalación basada en tabletas para inhalar. 

 

El caso de Natalia fue diferente, pues la propuesta tenía más relación con su mirada en el espacio, en el territorio, en ubicar elementos naturales en el escenario medioambiental que ella iba a utilizar en su proyecto. Para mí fue un descubrimiento diario observar cómo ella fue colocando su mirada en el escenario completo para, poco a poco, centrarse en una idea específica, con la idea de la brújula como una forma geométrica triangular que coincide con la forma de los volcanes, especialmente con el Licancabur. Así que en términos generales, su proceso creativo fue ir descubriendo las manera precisa de dirigir la mirada hacia el paisaje.

 

Desde su perspectiva, ¿puede el arte contribuir a expandir el conocimiento científico?

Mi postura es que cualquier forma de difusión es válida, entre ellas, el arte es un recurso más, una posibilidad que hay que explorar. A veces, como en el caso de estas dos exposiciones de SACO, resulta muy bien y aporta a difundir el conocimiento científico. El cruce y el diálogo que se produce cuando un artista se comunica expresando sus ideas, planteando preguntas, esperando respuestas, lo asimila mucho al científico y al investigador.

 

Pero no es un proceso sencillo…

Claro, porque la fusión genera dinámicas insospechadas y a priori, no sabes cómo se va a dar esta comunicación, esta comunión, ni cuál será la respuesta de quien recibe el mensaje, para cerrar el círculo. En realidad, es un diálogo muy íntimo que en San Pedro de Atacama, producto del aislamiento, de las condiciones particulares del clima, el paisaje y la aridez imperante, colabora y propicia encuentros muy cercanos entre arte y ciencia y como dije, mi posición es de aceptación y optimismo acerca de estos diálogos transdisciplinarios.