Microcuradurías: la experiencia de curar desde el margen

Desde la periferia geodemográfica observamos cómo durante las últimas décadas curadores, artistas visuales y otros agentes batallan por eliminar las gigantescas brechas entre las urbes latinoamericanas que concentran los circuitos artísticos, y los territorios que agonizan y renacen en la falta de oportunidades.

 

En Chile, en menos de una quinta parte de su longitud, están acumuladas todas las escuelas universitarias de artes visuales, además de archivos y espacios especializados. El desigual acceso a la educación superior artística y el vacío profesional extendido ya por tres generaciones, profundiza la brecha de conocimiento, dejando a la mayoría fuera del potencial creativo, por falta de recursos y distancia.

 

En este panorama de ausencia, compartido por el resto de los países vecinos, quien asume el rol del curador debe autoproclamarse y convertirse en un hombre orquesta (gestión de espacios y fondos, curaduría, museografía, montaje, difusión, registro, gráfica, redes, entre otros). Si no es así, el proyecto acaba en frustración por no llegar a ser materializado, compartido y digerido por la comunidad local.

 

Estamos frente a una paradoja: por un lado sabemos que los necesitamos, pero del otro, no hacemos nada para que los curadores aparezcan ¿Qué tiene este oficio que pareciera incompatible con el no-centro? En América Latina hay mundos que no se cruzan, ni siquiera al interior de sus ciudades. Hoy más que nunca el curador debe tener calle y conexión con ella. Los mundos herméticos son incompatibles con la sociedad despierta y consciente; frenan, como cualquier otra fuerza conservadora, los cambios indispensables que sí o sí sucederán.

 

En este contexto surge el programa Microcuradurías, que a través de un ciclo de ejercicios prácticos y espacios de diálogo se propuso comenzar un proceso simbiótico de traspaso de conocimientos y habilidades relacionados con la curaduría de campo, para potenciar a líderes de pensamiento crítico y creativo en y desde territorios carentes de alternativas de educación formal, o paralelo a estas.

 

La mencionada ausencia de la academia podría eventualmente aparecer como una ventaja en la búsqueda de cambios de paradigma. Ya se ha dicho que lo más probable es que lo trascendental y lo que forjará el futuro del arte empiece a surgir en el desborde territorial y social, en la marginalidad, tanto geopolíticamente como estructuralmente.

 

Charlas y talleres

Las charlas profundizaron en temas tan vitales como la promoción a las artes en las capitales marginalizadas, experiencias y eventos cíclicos de las artes de la visualidad en Latinoamérica, y la diversificación de las estrategias para la producción y el análisis de la relación entre disciplinas y materiales. Se realizó un panel de curadurías en el norte de Chile, focalizado en comprender las experiencias fallidas durante años de arar en lo árido y compartimos un relato sobre una mediación diferente, desde la factoría maderera en Tierra del Fuego.

 

Los talleres brindaron ejemplos de soluciones no obvias en gestión de espacios, curadurías fuera del cubo blanco que provocan cambios multidireccionales de lugares, al ser estos intervenidos: posibilidades empíricas de transformación de desventajas sociales en oportunidades con aplicación de técnicas etnográficas creativas para mediar no solo el arte; la relación obra-espacio y sus mutuas influencias y adaptaciones, estrategias de divulgación de contenidos con el poder de la imagen y la mediación en espacios no convencionales.

 

Cierre del programa

La parte final del programa, que se desarrolló íntegramente en una de las sedes del Instituto AIEP de Antofagasta, se abocó a un acompañamiento individualizado con los ocho curadores en ciernes. Cada uno desarrolló su proyecto en el espacio de la Sala Multiuso, aplicando lo aprendido en las seis sesiones, expresando sus ideas de las formas más diversas, usando el espacio concedido prácticamente de extremo a extremo, lo que permitió generar un recorrido natural por cada una de sus presentaciones.

 

Es así que los participantes del programa se presentaron dos proyectos que dialogaban entre sí al plantear cuestionamientos en torno a la apreciación del arte visual, utilizando elementos de choque y disrupción.

 

En otro punto de la sala, apareció una propuesta móvil que se adueñaba de un carrito depositador de libros de la biblioteca, adornado con imágenes de personajes callejeros de Antofagasta.

 

Dos participantes desarrollaron presentaciones que tuvieron como eje temático, el territorio. Por una parte, una convocatoria internacional que invitaba a creadores de países “translocados” por la extracción excesiva de sus materias primas por parte de las transnacionales. Por otra, desde una mirada poética, se presentó una bitácora de viaje que enfrentaba fotografías del norte y sur de Chile, en un collage que ponía en discusión las semejanzas y diferencias de territorios, interpelando los discursos típicos sobre la ausencia de vida en el desierto y la frondosidad de los bosques.

 

Otro tema trascendental en las presentaciones fue la memoria. Uno de los participantes creó una obra minimalista inspirada en la contraposición de la imagen turística del desierto con su historia trágica y sucesos ocultos. Frente a esta presentación, montada principalmente en un pilar del espacio, se desplegaba sobre un mesón, un camino de rosas de unos cuatro metros de largo; una propuesta introspectiva que funcionaba en la medida que el público interactuaba con ella convirtiendo la obra en una hilera de conceptos sobre la memoria colectiva.

 

Por último, dos proyectos ubicados en las murallas opuestas del extenso salón, que tenían a la mujer como el centro de sus propuestas: una de ellas, la presentación de una docena de impresiones de las creaciones callejeras de un grafitero que convirtió a su tía fallecida en su musa. Al otro extremo, un trabajo inspirado en libros de medicina y sus descripciones de cirugías intrauterinas proyectadas sobre el desierto de Atacama, haciendo un parangón entre la esterilidad y el extractivismo desde una postura feminista.

 

Microcuradurías fue pensado como un ensayo y resultó totalmente exitoso, abriendo espacio para el análisis y cuestionamiento de la labor de curador, el contraste de ideas y proyecciones. Sin embargo, es el inicio de un proceso que busca asegurar su continuidad en los próximos años, con la posibilidad de desarrollar un diplomado velando por estándares metodológicos y pedagógicos, con un contenido contextualizado y diseñado para ser aplicable en las condiciones particulares de trabajo de campo, respondiendo a la demanda desde por lo menos cuatro países de la macrozona de los Andes del sur.

 

Conoce aquí todos los detalles del programa.

 

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Participantes: Jordán Plaza Carvajal, Antonieta Clunes, Celeste Núñez Bascuñán, Paulina Martínez, Ángelo Álvarez Bon, Georgina Canifrú, Verónica Figueroa Aránguiz, Rocío Zuleta Díaz, Thomas Gallardo Ledezma, José Agustín Córdova, Bruno Díaz Soto, Pablo Concha Soler, María Victoria Guzmán, María Elena Gallardo, Fernando Huayquiñir Echeverría, Álvaro Hanshing, Sebastián Rojas y Carolina Lazo (Chile); Clara Best Núñez, Luis Albino Reyes y Gihan Tubbeh (Perú); Sandra Ruiz Díaz (Argentina); Priscila Peralta Castillo (Ecuador-Chile) y Claudia León Arango (Colombia-Chile).

 

Talleristas y expositores: Enrique Rivera (Chile), Javier de la Fuente (Argentina), Lía Colombino (Paraguay), Yana Tamayo (Brasil), Ximena Zomosa (Chile), Jorge Wittwer (Chile), Dagmara Wyskiel (Polonia-Chile), Rodolfo Andaur (Chile), Chris Malebrán (Chile), Jorge “Coco” González (Chile), Guillermo Anselmo Vezzosi (Argentina), Paula Campos (Chile), María Luisa Murillo (Chile), María Esperanza Rock (Chile) y Sandra Ruiz Díaz (Argentina).