[REFLEXIÓN] La muerte de la memoria, el legado y la historia de Quillagua

A propósito del fallecimiento de doña Felisa Albornoz, ocurrido a comienzos de julio, como equipo nos abocamos a la tarea de indagar en los significados de su partida más allá de lo físico, pues con ella se va una parte del mismo Desierto de Atacama, afectado por algunas de las problemáticas ambientales y sociales más profundas de nuestros tiempos.

 

En el año 2011, el único profesor que por ese entonces había en Quillagua, debió abandonar la localidad. En un gesto de confianza, le entregó las llaves del Museo Antropológico de la localidad a una de sus habitantes más antiguas, doña Felisa Albornoz.

 

Ella fue una de las 100 personas que, contra todo pronóstico, optaron por quedarse en uno de los poblados más antiguos del Desierto de Atacama, luego que el río Loa fuera contaminado por un derrame de ácido y que los pocos derechos de agua disponibles, pasaran a manos de privados. 

 

Felisa y los demás vecinos radicados en este territorio, se convirtieron en un estandarte de la resistencia en contra de la depredación de la industria, la devastación medioambiental y del olvido e indiferencia del Estado hacia la historia, tradiciones y precariedad de sus mismos habitantes, de las políticas erróneas que se han aplicado, por décadas, en nuestro país; ejemplo aún vivo de todos los grandes desastres, precariedad y devastación que esas políticas han provocado en las zonas indígenas más apartadas de Chile.

 

Doña Felisa cuidó por nueve años el museo y sus piezas como si de su propia casa se tratara. Atendía y dialogaba con las momias convertida en un lazo entre el presente y el pasado prehispánico de Quillagua. Se convirtió en un atractivo obligado para los visitantes del pueblo. En nuestro caso, fue compañera y anfitriona de cada uno de los recorridos de vinculación con el territorio  que como Festival desarrollamos en Quillagua desde 2012, aportando con sus relatos a la magia que el mismo pueblo ya posee. 

 

En ella, simbolizamos lo trascendental, bello, poderoso y emotivo del lugar más seco del mundo, pero también representamos la delicada situación y desprotección en que se encuentran muchas comunidades. Tristemente, el Estado de Chile, no tiene las herramientas ni el interés para destinar los recursos que intervengan concretamente en estas zonas anónimas que quedan a merced de intereses económicos vulnerando la sobrevivencia de formas de vida y culturas originarias. No existen planes de apoyo real para devolver su dignidad y protagonismo esencial a estos pueblos, ni tampoco coherencia o compromiso al momento de protegerlos cuando su entorno geográfico y ambiental es profundamente afectado por el desequilibrio de poder que privilegia el desarrollo productivo por sobre cualquier otro valor.

 

No han sido pocos los antropólogos, organizaciones ambientales y artistas que desde sus propias plataformas y experticia. Nosotros, entre ellos, luchando constantemente por rescatar aquellos valores intrínsecos en Quillagua y su gente, este Macondo tan singularmente chileno y desértico que todavía se levanta como un faro en medio ya no solo de la sequedad del descampado sino que en un territorio sobreexplotado y devastado. No queremos pensar que hayan sido esfuerzos estériles, pero tampoco han sido suficientes para arrojar luz en aquella oscuridad ignominiosa en la que yace Quillagua agonizante.

 

Todas estas iniciativas, sin importar el lugar de Chile en que se lleven a cabo y la zona geográfica o urbana que deseen proteger, no tendrán efecto alguno si es que las autoridades no se suman coherentemente a estos esfuerzos, si es que no tomamos conciencia de que no podemos permitirnos dejar morir nuestra cultura y nuestra memoria, porque eso significa que nos quedamos sin capítulos suficientes para entender y proyectar nuestro futuro.

 

La muerte de doña Felisa nos invita a hacer esta reflexión antes que aquellos relatos, vivencias, anécdotas y emociones, tan personales pero a las vez, tan comunes, desaparezcan sin dejar huella, sin marcar un hito que nos lleve a dar un importante giro en donde a la par con el progreso económico, nuestra identidad tenga un lugar de privilegio en el lugar más árido del planeta, y con ella, la gente que ha forjado el pasado, el presente y el futuro que da vida aquí.